miércoles, 22 de septiembre de 2010

LECCIÓN DE HISTORIA SAGRADA

Un día de aquellos, cuando antaño, en el justo momento que la civilización urbana daba sus primeros pasos, Dios bajo al mundo y adoptó la forma de un mendigo harapiento. Iba arrastrando el maltrecho cuerpo con que el se había dotado por las cercanía de una diminuta aldea ubicada en un valle perteneciente a una de esas civilizaciones antiguas del creciente fértil que se estudian en las clases de Historia Antigua (claro).
Muy de mañana, pasaba por allí un labriego que se dirigía, azada en el hombro, a laborar en sus campos. Al verlo, Dios llamó su atención levantando la mano derecha (claro) y le dijo:
- Buen hombre, ¿me reconoces?
El labriego, alzando la vista y con la voz todavía ronca a causa del madrugón, le contestó.
- La verdad es que no caigo.
Dios, un tanto enfadado a causa de la frustración provocada por la respuesta del labriego, intentó hacerse entender.
- Soy el Dios único, el creador del cielo y de la tierra, el sustentador de lo existente, el que administra el Universo desde el principio hasta el fin de los tiempos, el que recompensa al que cree en mí, y el que ocasiona la ruina y la destrucción al que reniega de mí.
El labriego, al escuchar esas palabras, frenó en seco su marcha. Enderezó su columna vertebral y adoptó una postura de alerta. Con la voz ya más clara, respondió a Dios con todo el sentido común que fue capaz de acumular.
- Si no eres el Dios único y sólo un pobre loco, te pido que me dejes en paz ya que el sol ha salido, debo aprovechar el día y no tengo tiempo para tonterías. Si, por el contrario, eres el Dios único, no puedo creer en ti aunque quisiera. Pertenezco a una cultura y a una etapa de la Historia en los que el politeísmo domina por completo la estructura mental de la gente. El monoteísmo no ha sido inventado todavía, como bien sabes. Así que si quieres tener más éxito en esta época, o aceleras la historia desde atrás y vuelves a pasar por aquí, o apareces dentro de unos siglos cuando estemos preparados para creer en ti. Pero por favor, hazlo cuidando un poco más la imagen. Ya sabes a lo que me refiero: discurso atronador, columna de fuego, zarza ardiente, ... cosas así. Mira: te recomiendo el rayo fulminante. Creo que es deslumbrante a la vez que persuasivo.
En la aldea nunca supieron lo que le había ocurrido al labriego aquella mañana que marchó a laborar en sus campos, pero nunca más lo volvieron a ver. Lo buscaron durante días, y lo único que encontraron fue su azada caida junto a un pequeño pequeño montón de cenizas negruzcas.
Algunos centenares de años más tarde, un tal Abram que vivía en Ur salió con toda se familia rumbo a Canaan porque Dios se lo había dicho. Claro está, se había aparecido como el mismo Dios manda, con dos cojones, imponiéndose con un habla impostada y campanuda. Dejándose estar de encarnaciones inapropiadas, mostrándose como el ser invisible y omnipotente que es. En definitiva: que no fue necesario fulminar a nadie.
Y hasta hoy.

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