martes, 26 de junio de 2012

Mirada.

La ventana abierta.
El viento entra
como visitante obligado que es
en la vieja casona
y en sus habitaciones muertas.

De la tarde,
es la hora tercera.

Fuera está la pradera,
verde, vasta,
por tímidas colinas abarrotada
hasta el horizonte. Hacia el este,
se adivinan aves que vuelan.

El sol declina
y la noche su andadura comienza.

Es la hora décimo novena.

Las alimañas
se bañan con la luz de la luna.
Se convierten las montañas
en tiznada hilera.

El frío llega.

Es la hora vígesimo cuarta.

Sé que los espartos flamean
como olas de secano,
aunque no los vea.