martes, 22 de noviembre de 2011

Llueve.

Llueve.
Soy ese viandante
sin paragüas
que se duele,
que se jode.
Soy ese viandante
sin paragüas
que se moja,
que se remoja,
que se requetemoja,
que se inunda de reproches.
Uno que lleva paragüas,
no me sacan un ojo
porque Dios no quiere.
Hacia el suelo
se precipitan las gotas
para descomponerse:
son paracaidistas
con un paracaidas de agua.
Llueve.
Miccionan o lloran las nubes.
A pleno rendimiento
sus vejigas o sus lacrimales.
Llueve.
Hay charcos
que me reflejan ondulante,
como mi ruta por la vida:
abracadabrante.
Mis camales son canales verticales.
Mis calcetines, mares.
Y mis zapatos flotan
conmigo metido dentro,
llevándome a alguna parte.

martes, 15 de noviembre de 2011

Cruce San José de Calasanz con la calle Jesús.

Ruido. Ruido. Ruido. Sol. Sol. Sol medio escondido. Sombras cruzando el paso de cebra. La personita verde parpadea. Alguien pita, corre o vuela. Voy al rebufo de esa abuela, bastón en ristre, el cuello rodeado por una raposa tersa. Escaparates abiertos de piernas a bolsos y carteras. Croisants que se pavonean como banderas. Se vende, se alquila, a toda velocidad se rueda. También por la acera. Somos rehenes de las bicicletas modernas. Ancianos llevados de los codos, empujados en sillas de ruedas. Ancianos con la mente muerta, con esa palidez en la cara que asesina expectativas, que esparce salmuera. Calor. Calor. Calor en noviembre. Qué extraño este tiempo que no termina de culminar en otoño. El frío espera, el frío enfría su vuelta, se la largado, no se acerca. Prensa expuesta sobre mesas playeras. El País, El Mundo, la Razón, Público, Levante, Las Provincias. Se mueren de ganas por que se lean sus letras impresas. Minúsculas, mayúsculas, negritas, cursivas o cualesquiera. Un autobús cargado de figuras parece que frena. Hiiiiiiii. Sí, frena. Y señala el asfalto con sus ruedas, deficitarias de adherencia. Viva el conductor que supo evitar el siniestro. Muchos se alegran, unas se santigüan, otros se llevan las manos a la cabeza. Acantilados de cerramientos, de ladrillo cara vista, de algo que parece piedra. Acantilados artificiales elevados en los setenta. Todo es gris o marrón o como el acero o el hierro. No, mentira: queda el cielo. Aunque medio encapotado, se deja ver el mediterráneo reflejado en la ionosfera. Vientecillo efímero. Se apagan los cigarrillos si no los fumas: es otro de esos inventos que sirve para salvar el planeta.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Hacienda.

Han llamado a la puerta.
Voy despacio. La madera de la puerta suda, se desnuda, muda
a vapor de agua suspendida, zizagueante y chula.
Agua sudada por las nubes bajas que porta la alborada sobre su cabeza.
La madera de la puerta pertenecía a un árbol muerto,
domiciliado en alguna ladera de algún monte de alguna sierra.
Muerto a base de hachazos, músculos de brazos
seccionaron el tronco unido a raíces que unen a la tierra
una muchedumbre de hojas pequeñas y una espiral de hiedra.
Han llamado a la puerta.
Despacio la abro. Chirrían los goznes y el ángulo muestra una cartera de mano
que anuncia nuevas. Cuero de caballerías: manoseado, grasiento.
Casi negro desde un marrón incierto. Un uniforme azul oscuro mal abotonado.
Una cara seria. Bajo las narices un mostacho. Un gorro de plato.
Una libreta en las últimas: lee despacio lo que consta en ella. Despacio
pronuncia mi nombre. Los apellidos los deja a un lado. Saca el bolígrafo,
clic clic, como un revolver cargado. Me da un sobre alargado. Despacio
firmo temblando. Buenos días. Buenos días. Despacio cierro la puerta.
Ras ras ras.
Ahora sudo. Ahora se me revuelve el desayuno. Ahora me quedo mudo:
es una notificación de Hacienda.

Tu risa

Con tu risa
la creación fina,
con Dios indefenso
tirado en una esquina.
Tu risa
le pone fin a todo
y bencina al averno.
Tu risa
me daba sabia para sanar
los orificios practicados
en los tiempos de la rabia.
Hoy tu risa
la sufro sin cesar,
la oigo sin sonar,
la lloro sin pañuelos.
Tu risa
me hace volar sin avión,
sin tripulación,
sin plan de vuelo.
Tu risa
me hace abominar
de todos los instantes
en los que te tuve
y en los que te echo de menos.
Tu risa
me doblega
sin mover un dedo.
Tu risa
me sirve de ruido
para tapar el silencio.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Tu cuello.

Tu cuello
se alza como un rascacielos
tapizado de rosas:
terso, duro, hercúleo.
Tu cuello
se me ofrece esquivo:
quiere recibir mis besos
para estar contento,
pero a la vez, me quiere quieto
como en un daguerrotipo,
convertido en un sedimento.


Tu cuello,
cuando se comporta como tal,
alivia la presión alojada en mis costillas
por algunos recuerdos corroídos,
por tus sienes que ya no toco,
por el loco grito que acostumbro a dar
cuando no soporto
la ausencia de tu materia en el portal.


Tu cuello,
cuando se desempeña como quiero,
aligera el plomo que soporta mis huesos.
Y puedo volar.
Y apartar nubarrones.
Y traer anticiclones.
Y hablar de tú a tú con las isobaras.
Y visitar a Hefesto,
y juntos forjar rayos, relámpagos,
estampidos y demás fenómenos.

Tu cuello, cuando tiembla,
me quita las ganas de estar muerto.
Tu cuello, cuando quiere hacerlo,
se adelanta a tu útero
en la carrera hacia el estremecimiento.

Tu cuello
huele a pétalos y terciopelo,
desahucia al hidalgo,
ennoblece al plebeyo,
remonta mis cimientos
hundidos en el cieno.

Tu cuello, de marfil un istmo,
conecta tu cabeza con su dueño:
un corazón vasto que late en tu pecho
y que bombea sangre ajeno a mis desvelos.

Tu cuello
lo llevo en el hatillo,
para no tener el alma
completamente desprovista de atuendos.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Aras.

Aras.

Tendones trenzando caras
pobladas de ganas.
Escaleras aupando canas.
Almas henchidas hasta las trancas.

Aras.

Telas alumbradas
en los balcones de las casas.
Beatas escuchando metáforas.
Notas escalando columnas,
arrodillando columnatas.

Aras.

Fusiles disparando labios, latidos.
Copas de vino
chocando como campanas.

Aras.

Caminantes reencontrando caminos.
Puños rompiendo caparazones.
Cámaras retratando entrañas.

Aras.

Los primeros en ser ufanos.
Los primeros en renunciar a nada.

Voluntarios sin causa declarada,
forzados a obedecerse a las claras.

jueves, 3 de noviembre de 2011

En tu espalda.

En tu espalda
aterrizan hadas
cuando, desnuda y a destajo,
amas a horcajadas.


En tu espalda
se ancla mi mirada
cuando, coqueteando el naranjo,
sombrea tu figura magra.

En tu espalda
se halla la alborada
cuando, sin altibajos,
sueñas, abrazas, hablas.

En tu espalda
no encuentro nada
cuando, sin atajos,
no andas de mí enamorada.

En tu espalda
quedó mi armada varada
cuando, como un escarabajo,
quise navegar sin agua.