lunes, 14 de noviembre de 2011

Hacienda.

Han llamado a la puerta.
Voy despacio. La madera de la puerta suda, se desnuda, muda
a vapor de agua suspendida, zizagueante y chula.
Agua sudada por las nubes bajas que porta la alborada sobre su cabeza.
La madera de la puerta pertenecía a un árbol muerto,
domiciliado en alguna ladera de algún monte de alguna sierra.
Muerto a base de hachazos, músculos de brazos
seccionaron el tronco unido a raíces que unen a la tierra
una muchedumbre de hojas pequeñas y una espiral de hiedra.
Han llamado a la puerta.
Despacio la abro. Chirrían los goznes y el ángulo muestra una cartera de mano
que anuncia nuevas. Cuero de caballerías: manoseado, grasiento.
Casi negro desde un marrón incierto. Un uniforme azul oscuro mal abotonado.
Una cara seria. Bajo las narices un mostacho. Un gorro de plato.
Una libreta en las últimas: lee despacio lo que consta en ella. Despacio
pronuncia mi nombre. Los apellidos los deja a un lado. Saca el bolígrafo,
clic clic, como un revolver cargado. Me da un sobre alargado. Despacio
firmo temblando. Buenos días. Buenos días. Despacio cierro la puerta.
Ras ras ras.
Ahora sudo. Ahora se me revuelve el desayuno. Ahora me quedo mudo:
es una notificación de Hacienda.

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