martes, 15 de noviembre de 2011

Cruce San José de Calasanz con la calle Jesús.

Ruido. Ruido. Ruido. Sol. Sol. Sol medio escondido. Sombras cruzando el paso de cebra. La personita verde parpadea. Alguien pita, corre o vuela. Voy al rebufo de esa abuela, bastón en ristre, el cuello rodeado por una raposa tersa. Escaparates abiertos de piernas a bolsos y carteras. Croisants que se pavonean como banderas. Se vende, se alquila, a toda velocidad se rueda. También por la acera. Somos rehenes de las bicicletas modernas. Ancianos llevados de los codos, empujados en sillas de ruedas. Ancianos con la mente muerta, con esa palidez en la cara que asesina expectativas, que esparce salmuera. Calor. Calor. Calor en noviembre. Qué extraño este tiempo que no termina de culminar en otoño. El frío espera, el frío enfría su vuelta, se la largado, no se acerca. Prensa expuesta sobre mesas playeras. El País, El Mundo, la Razón, Público, Levante, Las Provincias. Se mueren de ganas por que se lean sus letras impresas. Minúsculas, mayúsculas, negritas, cursivas o cualesquiera. Un autobús cargado de figuras parece que frena. Hiiiiiiii. Sí, frena. Y señala el asfalto con sus ruedas, deficitarias de adherencia. Viva el conductor que supo evitar el siniestro. Muchos se alegran, unas se santigüan, otros se llevan las manos a la cabeza. Acantilados de cerramientos, de ladrillo cara vista, de algo que parece piedra. Acantilados artificiales elevados en los setenta. Todo es gris o marrón o como el acero o el hierro. No, mentira: queda el cielo. Aunque medio encapotado, se deja ver el mediterráneo reflejado en la ionosfera. Vientecillo efímero. Se apagan los cigarrillos si no los fumas: es otro de esos inventos que sirve para salvar el planeta.

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