sábado, 21 de julio de 2012

Sólo un invierno ha venido.

Sólo un invierno.
Sólo uno he contado.
Sólo un invierno ha venido en todos estos años
propocionando metereologías que no asumo, que no entiendo.
Sólo un invierno ha venido y ha tapado el único adiós dicho
con una nieve ardiente, procedente de un averno seguro y acibarado.
Sólo un invierno ha venido para colmarnos de solapamientos,
de redundancias, de rutinas en las que guarecernos.

Todo se ha ido con este invierno que ha venido - sólo uno -,
sin dar oportunidad al socorro, de súbito, como un relámpago.
Mi persona se ha ido por el retrete literalmente,
engullida sin miramientos por el efecto coriolis
que conecta el sifón con las cloacas del ayuntamiento.
Aprendido el desamparo,
vivo el hecho sin considerarlo un quebranto
- aunque, después, cuente lo contrario -.

Todo lo que llegue a conocer,
todo lo que aprendí,
todo lo que supe de su existencia,
todo lo que pude adivinar,
todo lo que convenié con el destino;
todo se ha visto arrastrado hacia el sumidero
por esta riada de desconciertos.

Solo quedo paseando entre las casonas.
Con sus portales y corrales cerrados.
Las gallinas reinvindican a mi paso su pan mojado.
Con la lumbre en los hogares pendiente de encender,
con la yesca olvidada en los cajones, los pucheros abandonados.
Con el altar de la iglesia sin misal, sin sándalo,
sin sacristán a su costado, sin rosarios rezados.


Muere la última escarcha
víctima en el trigal
de un sol rojizo que, al perecer en los anticlinales,
la bombardea con rayos magros,
paralelos al suelo, escasos.

En el carril al andar, exhudo verdad
formándose gotas de cardos secos
que se aíslan como mercurio derramado.

Sale la luna justo expirando la jornada.
Y en su cabalgada,
traza sin trazar
una trayectoria de colisión que amago.

Mira:
es la luna llena
derramando claridad
sobre mi pelo de sarmientos.