lunes, 29 de noviembre de 2010

MONTAÑA RUSA

Vivo montado en una montaña rusa:
subo cuando sale tu cara blanca de luna
para alumbrarme en la noche oscura.
Bajo cuando abres las esclusas
construidas para evitar futuros naufragios.

Vivo montado en una montaña rusa:
subo cuando me dices que luchas
y, con cada intento, no te derrumbas.
Bajo cuando sólo me dices excusas
de mal pagador, dichas al tuntún
y sin hilo conductor alguno.

Vivo montado en una montaña rusa:
subo cuando piensas en mí en la ducha
y te acaricias con mi recuerdo.
Bajo cuando no puedo tocarte desnuda
y recurro al consabido remiendo.

En el país de los ciegos, el rey es el tuerto;
y el tuerto no soy yo, es mi carcelero,
ése que se refleja en los espejos
sonriendo como un soberbio, sabedor
de lo ocurrido y de lo que está ocurriendo.

Vivo montado en una montaña rusa
y estoy harto. Escucha:
me bajo de este artefacto
no sea que me caiga a mí mismo
el salibazo que esputé rabiando
desde el punto más alto.
Me sobra estatura
para aguantar más sablazos.
Este mensaje te lo lanzo
para que lo esculpas
en tu esbelta figura,
y para que, nunca jamás,
a mí recurras.
Olvídate de mi existencia:
no es un farol, es un edicto
de cumplimiento estricto
para las señoritingas olvidadizas.

Vivo montado en una montaña rusa
y esta vez me apeo,
como un fruta desprendida
del árbol de los sueños rotos,
el que plantaste hace casi veinte años
con la semilla de tu indolencia.

viernes, 26 de noviembre de 2010

POEMA A MIGUEL SOLAZ EN SU 60 CUMPLEAÑOS

Desde el día de tu advenimiento a este mundo,
60 primaveras has visto y saboreado, supongo;
las mismas 60 veces que han reverdecido nuestros corazones,
gracias al presente grato que suponía tenerte otro aniversario,
sano y alegre, esperando con ilusión el siguiente.

60 o más veces, he tenido oportunidad de verte,
de oír tu discurso claro, de admirarte
por tu aplomo nada huraño.
Y 60 o más veces, he tenido ganas
de volver a encontrarme
con tu palabra bondadosa y llana,
dicha a través de tu sonrisa triunfadora
y contagiosa, mirándome desde abajo,
para al final estrechar mis manos de gigante
con tus manos de escribiente,
extrañamente fuertes.

Escuchar es tu deporte.
Aconsejas después de atender callado
el tiempo suficiente, a los que te solicitan
alivio para la mala suerte.
Provees de toda la felicidad que puedes
según las necesidades que te exponen:
a quien te pide poca le das poca,
dándole más a quien más te pide.
Sin importarte una arroba.
Contigo, nunca falta la cantidad de bonanza
que cada pesadumbre requiere
para la vuelta darse y revertirse.
Ya sabes, puedes hacerlo mejor que ninguno:
manufacturas toda la alegría del mundo
y la depositas para distribuirla
en el serón que transporta tu alma.
¿Qué cómo lo consigue, me preguntan? Os lo juro:
repone la alegría que reparte cada día
con nuevas buenas obras y devolviendo
favores inexistentes que se inventa
y nadie le propone.

¡ Coño, que es buena gente, lo proclamo ¡
¡ Que ninguno de los presentes lo dude ¡
Sin faltar una vez, pones por delante a alguien
que no eres tú para favorecer con tus decisiones.
Te retiras si hay dicha a repartir
para que otros salgan ganando.
Eso es lo que más que gusta de ti:
tu disposición completa a dar
y tu renuncia total a recibir.
Y, como resultado de lo expuesto,
envidio la multitud que te honra,
y que yo no tengo ni tendré en mil años.
No soy como tú, ni ése y ni ésa que señalo.
No eres gente corriente.
Perteneces al club de los hombres
de los que se recuerda su nombre.
Hombres derechos y de derecho,
confiados y confiables, que van rectos
hombro con hombro, codo con codo,
como desfilando en las fiestas
de moros y cristianos.

Asimismo, eres un niño grande
con pinta de gitano: menudo eres de estatura
pero no de pecho. De pecho eres inmenso:
cabe en él el universo entero. En él cabemos todos
- estoy seguro de ello - empezando por los tuyos
y acabando con el resto.
No te conformas con sentir cariño:
necesitas amarnos a bocanadas
sin poner ningún precio, sin pensarlo,
abriendo a cualquier hora los brazos
para brindar abrazos y arrumacos,
estés levantado o durmiendo.

Trotamundos te llamaré a partir de ahora,
porque subes y bajas las peñas grises de tu Chelva
con la facilidad de un muflón.
Eres de sangre caliente, lo sé,
te dan igual cuestas que pendientes.
Y arriba en la cumbre,
da igual agosto que noviembre,
te arreas longanizas y güeñas
en un pan horneado a la lumbre:
¡ qué le den por culo a la muerte,
que cuando venga seguro que se divierte contigo
y se le van las ganas de llevarte ¡

Sé que prefieres ser pintor de ordinario
y guitarrista de rondón. Ha sido tu doble profesión
malabarista de números y pastelero de escritorio;
esto último, cuando te daban ocasión.
¡ Eres un pícaro de Calderón del siglo veinte y veintiuno,
eres un Sancho Panza reclamando a Don Quijote su salario¡
¡ Cómo hemos reído con tu forma
de estar en el mundo, con un mismo deje,
firme y tierno, familiar y vagabundo/solitario ¡.

60 por 60 veces en el futuro,
te volveremos a tener
en reuniones como ésta
- o de más escasa concurrencia-
pleno de felicidad y sereno.
Nos seguirás regalando el ejemplo
de cómo se puede vivir lleno y satisfecho
sin necesidad de fabricar falsos cumplidos,
de meterse en entuertos serios,
o perseguir cuartos como un enfermo.

Desde esta lejanía un poco falsa
a la que me obligo, 60 besos te doy en la frente,
en la que, si bien algo despejada,
no hay espacio bastante
para 1000 besos extra darte.
Me obligaría y te obligaría
a darte estos 1000 besos de más,
mas ¿qué pensaría esta gente?

jueves, 18 de noviembre de 2010

CRÓNICA VERSADA EN TRES ACTOS DEL DERRUMBAMIENTO DE MI ALMA

Primer Acto.
Me desprendo de mis gafas graduadas,
me arrimo el catalejo que me regalaron
a mi ojo derecho y, a la vista,
no encuentro el modo que te permita
obtener el formidable conocimiento
que reclama tu retorno a mis brazos.
Salgo por las mañanas de mi casa,
subo al coche, pongo en marcha el motor
y recorro la carretera camino al trabajo.
Nada más llegar, ¿qué hago? Nada en absoluto.
¿Qué quiero hacer? Cosa alguna, te lo aseguro.
¿Y qué único pensamiento hallo?
En todo momento el mismo: un vestigio vago
que me señala los rastrojos por ti dejados
por todos los lados. En ninguna otra cosa pienso,
ninguna otra cosa siento.
Vivo enganchado a falsos recuerdos:
era brisa y yo notaba viento.
Lo arrasas todo como las fuerzas de Napoleón,
al galope, dando sablazos y cañoneando
a conciencia. Y me pregunto,
¿cuál es la solución si un año estás,
al otro te vas y al cabo de una década
me solicitas sin avisar, sin venir a cuento?
Te muestras como una muestra de comercio:
“pruebo el producto para ver si lo adquiero”.
-¿O soy yo la prueba de comercio,
y me he estado todo el rato confundiendo?-

Segundo Acto.
Me he empachado de desamor,
y más dosis no quiero ni puedo deglutir
con este esófago que se cierra a cal y canto.
Muy al contrario: prefiero morir en el intento,
sin tubos ni medicamentos.
Me inclino por comandar en solitario
los destacamentos de mis ejércitos,
una vez perdida la guerra y firmado
el armisticio que me lleva al confinamiento.
(por cierto: como Napoleón
después de su segundo intento).
Me desespero sin medida ni remedio.
Me quemo por culpa de mi vida
aquejada por la tuya. Bomberos,
venir a mi auxilio; acudir a apagarme
o únicamente encontraréis
cenizas a mi persona sustituyendo.
Pobre parcela diáfana
sin fortuna, sin construcción alguna.
Maldita reincidencia inoportuna:
a ninguna persona he visto o tocado,
y con éso me quedo:
con un espectro, con una sombra
en el serón de dentro. Mas solo no quedaré,
espero, y al destino se lo requiero.

Tercer y último acto.
Con la fuerza de un cataclismo repentino
has desvastado al máximo
lo que levanté con ahínco,
sin oportunidad de rehacerlo.
Me has dejado sin nuevos cimientos que cimentar,
sin pilares maestros que levantar
para sostener los fundamentos de otra vida.
No quedan haciendas para cosechar,
ni sufiente margen para proyectar
contenciones a esta locura.
Malvivo y malduermo
en el dominio de una permanente tortura.
Pasan las horas y los días
y no me queda nadie
a quien mi queja trasladar.
No sé nada y lo quiero saber todo
para estar seguro de lo que pasa.
Perezco, mujer de cartón piedra,
perezco al albur de los acontecimientos.
Consumido por completo,
aguardo aniquilado algún milagro
que me sustraiga de tus dos desprecios:
del disimulado y del auténtico.