jueves, 18 de noviembre de 2010

CRÓNICA VERSADA EN TRES ACTOS DEL DERRUMBAMIENTO DE MI ALMA

Primer Acto.
Me desprendo de mis gafas graduadas,
me arrimo el catalejo que me regalaron
a mi ojo derecho y, a la vista,
no encuentro el modo que te permita
obtener el formidable conocimiento
que reclama tu retorno a mis brazos.
Salgo por las mañanas de mi casa,
subo al coche, pongo en marcha el motor
y recorro la carretera camino al trabajo.
Nada más llegar, ¿qué hago? Nada en absoluto.
¿Qué quiero hacer? Cosa alguna, te lo aseguro.
¿Y qué único pensamiento hallo?
En todo momento el mismo: un vestigio vago
que me señala los rastrojos por ti dejados
por todos los lados. En ninguna otra cosa pienso,
ninguna otra cosa siento.
Vivo enganchado a falsos recuerdos:
era brisa y yo notaba viento.
Lo arrasas todo como las fuerzas de Napoleón,
al galope, dando sablazos y cañoneando
a conciencia. Y me pregunto,
¿cuál es la solución si un año estás,
al otro te vas y al cabo de una década
me solicitas sin avisar, sin venir a cuento?
Te muestras como una muestra de comercio:
“pruebo el producto para ver si lo adquiero”.
-¿O soy yo la prueba de comercio,
y me he estado todo el rato confundiendo?-

Segundo Acto.
Me he empachado de desamor,
y más dosis no quiero ni puedo deglutir
con este esófago que se cierra a cal y canto.
Muy al contrario: prefiero morir en el intento,
sin tubos ni medicamentos.
Me inclino por comandar en solitario
los destacamentos de mis ejércitos,
una vez perdida la guerra y firmado
el armisticio que me lleva al confinamiento.
(por cierto: como Napoleón
después de su segundo intento).
Me desespero sin medida ni remedio.
Me quemo por culpa de mi vida
aquejada por la tuya. Bomberos,
venir a mi auxilio; acudir a apagarme
o únicamente encontraréis
cenizas a mi persona sustituyendo.
Pobre parcela diáfana
sin fortuna, sin construcción alguna.
Maldita reincidencia inoportuna:
a ninguna persona he visto o tocado,
y con éso me quedo:
con un espectro, con una sombra
en el serón de dentro. Mas solo no quedaré,
espero, y al destino se lo requiero.

Tercer y último acto.
Con la fuerza de un cataclismo repentino
has desvastado al máximo
lo que levanté con ahínco,
sin oportunidad de rehacerlo.
Me has dejado sin nuevos cimientos que cimentar,
sin pilares maestros que levantar
para sostener los fundamentos de otra vida.
No quedan haciendas para cosechar,
ni sufiente margen para proyectar
contenciones a esta locura.
Malvivo y malduermo
en el dominio de una permanente tortura.
Pasan las horas y los días
y no me queda nadie
a quien mi queja trasladar.
No sé nada y lo quiero saber todo
para estar seguro de lo que pasa.
Perezco, mujer de cartón piedra,
perezco al albur de los acontecimientos.
Consumido por completo,
aguardo aniquilado algún milagro
que me sustraiga de tus dos desprecios:
del disimulado y del auténtico.

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