miércoles, 1 de febrero de 2012

Poema novelado.

Prólogo.

Trabajosamente, asumo la certeza certificada por mis dos homóplatos.
El destino es una placa tectónica hincándose en mi esternón, causando fallas, volcanes, 
tsunamis que se salen de los sismógrafos. Están hechas de rabia: esas olas se suceden
destruyendo acantilados, bajeles, dársenas, muelles. Gentes.
Muralla de espuma aterradora. Sólo es agua matadora, despótica, por la escasez de amor
desatada.

Comenzó la batalla.

A la infantería veo cavar trincheras donde no existían.
Ceba las piezas la artillería, preparándose para la ofensiva. Caen proyectiles
y los socavones pueden con los camiones y se precipitan al suelo las mercancías.
Tropas masacradas. Banderas caídas. Suelos empapados de vida ida.

Nunca estuve en el Paraíso.

Con sudor, como Adán y Eva, me gano la existencia o la pena,
maldita sinonimia.
Ningún angel blandiendo un sable flamígero me expulsó.
Ninguna manzana comí, ninguna serpiente nubló el juicio
de ninguna mujer sacada de mi costado.
Harto, deambulando, osado, trato de escamotear
a la fatalidad cada día. Sin éxito. Siempre de soslayo. Estoy en la orilla a la espera
de la ballena que se tragó a Job de un bocado.

Dr. Joseph-Ignace Guillotin.

Desando caminos andados. Emergen prejuicios superados. Sustancias gaseosas cerco
con ambas manos, fruto de la ebullición de los institos primarios.
Mi columna sostenía una cabeza abandonada a su suerte, cercenada, que da tumbos por la explanada.
Pero mi Robespierre no viste calzas, ni lleva peluca, ni porta escarapela tricolor, ni habla en francés.
Con la mollera independizada pero encapuchada, todavía oigo la algarada.

Alejandría.

Escalo tus ojos sombríos asiéndome a sus pestañas suspendidas
como hojas dormidas de palmera. Ruge el dolor en boxes. No hay previsto un cambio de ruedas
en las próximas mil vueltas. ¿Así quién puede ganar la carrera?
No hay lumbre encendida en lo alto del Faro de Alejandría.
Me parece ver a Ulises maniatado al palo mayor. Se esconden
bien las sirenas bajo el casco, fuera del alcance de las saetas y de la picas.

Epílogo.

Mi vida es de atrezzo, falsa, de cartón piedra:
sólo me sirve para disimular mi desapego.
Y no es un ejercicio de regodeo:
es la constatación de un hecho.
Tan contrastado y cierto,
como la ley de la gravedad
o la indivisibilidad de algo entre cero.

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