sábado, 15 de septiembre de 2012

Paisaje (1)

Los molinos, a lo lejos, se abandonan al viento que vapulea sus aspas de leña.
Giran. Crepitan. Se quejan.
Las colinas resecas
maldicen el sol que arriba cuelga, bravío, incesante.
Las golondrinas, durante su negro volar,
ven toros dispersos que dormitan y el rabo mueven.
Las moscas van y vuelven. Los tábanos no se mueren.
Los campos entrigecidos frabrican olas en la superficie.
Los manatianles se quedarán marchitos si las nieves
no alfombran la sierra y después se derriten.
El pueblo nos enterrará a todos y a todas las generaciones. 
Las agotadas campañas llaman a misa. Es domingo y los trajes limpios salen:
de los armarios las chaquetas y las camisas, de los baúles los pantalones.
Escuchan sentados, con las manos prietas.
Se arrodillan algunos antes que consagre el sacerdote.
Todos rezan porque algo quieren.
A los minutos les cuesta recorrer los relojes.
A la salida, cuajan conversaciones.
Los cipreses del camposanto son altos:
están para ocultar la tapia que oculta las sepulturas
y, éstas, los cadáveres. En los balcones, los tiestos nos muestran sus flores.
Los perros en la plaza pelean. Las gallinas cacarean en los corrales.
Los gorriones esperan el final de la tarde sobre las tejas que sobresalen.
Las últimas mulas llegan acarreando los frutos de la huerta,
rumbo a las depensas y los manteles.

Se apagan los montes como una bombilla sin corriente.
Y todo se disuelve en la noche.
Ahora sale la luna.
Aparecen crepusculares calles, callejuelas y callejones.
Nada se escucha excepto los grillos y los ronquidos de los que duermen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario