viernes, 1 de octubre de 2010

POEMA A LA MUERTE DE MI PADRE

Tuve la maldita oportunidad
de presenciar, con sufrimiento,
tu cara pálida y amarillenta,
sin casi aliento,
demacrada hasta el extremo,
descansada de lado como un cristo,
con la boca abierta y los labios resecos.

Parecías un pez macilento,
fuera de su acuoso terreno.

Y coincidiendo con tu último respiro,
mi esternón se salío de mi cuerpo
clavándose por mi costado derecho,
acerado y frío,
atravesándome por dentro.


En ese preciso instante,
en todos los teatros del mundo vieron
caer los telones sus espectadores.
Y sucumbieron los andamios
que me sostuvieron desde el nacimiento:
los que atenuaron mis pesares
y me daban el sustento necesario
en cada momento.

Cayó un relámpago en mis rodillas
derrumbando mi largo cuerpo,
explotando una tras otra mis vísceras
como petardos falleros,
lanzando con rabia furiosa
sus contenidos al firmamento.

Dejé de alimentar mis conductos
y todo mi mundo se transformó
en un ausencia acaparadora de todo.
Me asiento sobre lodo maloliento,
sin vislumbrar futuro alguno,
detenido por completo,
ante un vacío oscuro y discapacitante,
introducido en una sepultura andante
de aire, de hielo.
Me quedé desprovisto de universos,
de raices, de recursos, de recuerdos.
Me anclé en un minutero parado,
esperándote en vano
sobre el asfalto calenturiento.

Así son las cosas:
te fuiste de mi lado muerto
y yo ahora, sano,
como si nada, respirando,
con la cantidad sobrante de vida
que te faltó
para recuperar el justo resuello,
y escapar así presuroso y resuelto
del aquel trance aniquilador y cierto.

He llorado a voces y tanto,
que mil veces me he vaciado,
sumergiendo mis jornadas
en un océano amargo
que no tiene fin ni atajos
para recorrerlo.

Voy por el mundo con la mirada huida
tratando de encontrar objetos.
Y no encuento ninguno
porque ni veo ni oigo ni siento.

Me dominan luchas homicidas
que horadan bajo mis pies el subsuelo.
Se desencaja de su hueco
el eje de mi esqueleto, al rememorarte
medio inclinado en la cama
de aquel hospital viejo.
Sufro sismos violentos en mis tejidos vivos,
y ambiciono en vano tu regreso,
como lo haría Alicia
a través del espejo.

Mi persona, ya perdida,
estaba construida sobre tus cimientos,
¿qué haré de ahora en adelante?
Te reclamo sin usar palabras todas las noches:
¿me oyes? ¿me escuchas? ¿sabes lo qué pienso?
¿Recuerdas por lo menos?
Cogí tu mano en uno
de tus últimos actos de discernimiento.
La apretaste fuerte como queriendo
atravesar la piel y los huesos.
Hoy sé
que te estabas despidiendo.
Viste a la muerte entrar por la puerta ignífuga
llamándote a filas en silencio,
y sabías que apenas
te quedaba tiempo.

Sé que algún día,
me cogerás otra vez de la mano,
pero con menos fuerza y nada enfermo.
Me conducirás como llevándome al colegio,
como cuando era pequeño,
hacia la última morada hecha
para que yazgan los muertos.
O, quizá, para que vivan de nuevo.
Tal vez, volveremos a conversar
y a mirar tus ojos risueños,
saboreando la eternidad recién regalada
por el que me niego a verlo.
Y miraremos asomados a la barandilla
preocupándonos por los nuestros.

Soy un muerto venidero,
expectante sobre el andén
de la estación de término.
Te espero.

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