viernes, 4 de junio de 2010

QUE SE ABRA EL AIRE

Que se abra el aire
como materia acobardada,
como cordón umbilical roto,
como rosal arañador
y bayoneta escasamente calada.

Que contenga el éter mi dolor,
que lo fermente y consolide.
Que mi mente se desmenuce bajo el cielo raso
y siembren sus pedazos
en surcos abarrotados de peste.

Que destruya el azufre el oxígeno circundante,
vital para negociados, funcionarios y expedientes.

Que no se aproxime aquel apego extraño
que esculpió mis rencores derribándome.
Que sea el mundo un planeta amargo,
que no me apuñalen con ninguna navaja
de corales excelentes y largos.

Que resuciten los muertos uno a uno
y que caminen sobre escualos.

Que lloren mis ojos sin razón aparente.
Que se solucione el estropicio causado
en un corto rato y sin paños calientes.

Que una neblina cualquiera y una luna apabullante
digan a mi mente: calcula el cociente
entre tanto pasado y tan poco presente

Que un estertor prematuro me cubra con su finitud.
Que se apaguen mis retinas de repente.

Con rabia contenida,
con mordeduras de serpientes,
que mi sabia hirviente
invada todos los altares,
con sus hostias consagradas
y sus clérigos consagrantes.

Espinas trasplantadas desde otros tallos,
que hincadas para doler no son dolor:
son toros de espuma exorbitante,
furia de los mares,
nada ordinaria y siempre inconveniente.

Con voz moribunda,
con tinta en la sanguínea corriente:
que no, que no quiero los cuchillos
que en canal me abren para venderme
a la mejor puja de carne.

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