viernes, 20 de mayo de 2011

Oteo mi llanura.

Oteo mi llanura.
Ver su superficie negra,
hambrienta de luciérnagas.
Rota y desahuciada
la fruta germinada en mi llano:
miel en los labios ayer,
púa hincada hoy,
y mañana, vil lección aprendida
sin tiza ni pizarra.
Oteo mi llanura.
Verla perdida, abandonada,
poblada de malas hierbas y
resecos cardos. En el horizonte,
espuma eléctrica exaltada,
quejosa, escandalizada.
Y unos copos de color sangre caen,
exageradamente densos, rojos,
que no son de nadie
y hechos de malos tragos.
Y un caudal de sudor frío, polar,
mana hasta las mangas
desde la frente arrugada.
Oteo mi llanura.
Veo a una mujer,
vestida con sedas y montañas,
desechar opciones claras.
La veo danzar al son de notas trazadas
por la calima estival, vertical,
ascendiendo hasta postrarla.
Me mira, me llora.
Sus dientes son espadas blancas;
sus lágrimas, gotas de lluvia
y derretida roca enamorada.

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