miércoles, 29 de junio de 2011

M (partes III y IV).

III

Abrazaderas vendidas por ofidios en las ferreterías.
Contorneándome, certeramente apretadas
para aferrar unos intestinos expuestos
y recompuestos tras la trifulca.
Espumadera del Cantábrico, saltarina de confines.
Sobreviviente de escaramuzas y traiciones.
Cóbrame alevosías y bacanales a buen precio.
Amoríos felones suceden, llevándose todo consigo.
Reclama manantiales nevados a la montaña de los escalones:
en ellos renueva las cantimploras para el tramo restante.
Reclama limpieza e higiene para los verdines de sus cortadas,
para las mohosas pasiones que su eco repite y alarga.
Reclama desfiladeros expeditos para muflones y vacas,
para que pasen con holgura las expectativas varadas.
Detente, mujer. Detente dentro de mí,
y siente lo que contigo siento, esté dónde esté,
me encuentre dónde me encuentre.

IV

No hubieron suficientes átomos e iones
para detener la putrefacción de tantos pesares.
Los previos y los posteriores. Los contabilizados por haber sido
y los que forman parte de las previsiones.
Salí de cuentas sin poder dar a luz,
pues no sé concebir, no sé engendrar, no sé alumbrar dragones.
Soy un mulo con orejeras y, además, demente.
Y, al mismo tiempo, un inútil al que le dan calambres
cada vez que es consciente de que te quiere.
Pero cuenta los estambres que hay en todas las flores disponibles:
son las veces que he querido, sin éxito, perdonarme.

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