jueves, 20 de enero de 2011

CERO

- Ayer te lo estuve diciendo toda la tarde. Punto y seguido. No me ocurre lo que no me ocurre lo que no me ocurre. Punto y seguido. Eres claramente imperativa. Punto y seguido. No mientas, coma, no lo sabes hacer. Punto y seguido. Malgastado tiempo malgastado malgastado malgastado. Punto y seguido. Se abre interrogante: ¿cómo que no? Se cierra interrogante. Punto y seguido. No lo sé lo que no lo sé lo sé. Punto y seguido. Sabes perfectamente que no pudo ser. Punto y seguido. Todavía a tiempo en el tiempo sobre el tiempo entre el tiempo debajo del tiempo a través del tiempo coño de tiempo. Punto y seguido. Yo no sé nada. Punto y seguido. Estoy harta de tus suposiciones. Punto y seguido. Comenzando aquel día veinticuatro horas, coma, mil cuatrocientos cuarenta minutos, coma, ochenta y seis mil cuatrocientos segundos. Punto y seguido. Yo no supongo nada, coma, afirmo, se abre paréntesis, afirmar, asentir, decir que sí, mover la cabeza de arriba a bajo, bajarse los pantalones, romper una carta sin leerla, reformular, replantearse las cosas, tener presente la realidad, no querer y no poder a la vez, cerrar paréntesis. Punto y seguido. Cuando el niño pasa a transformarse respecto de las declarativas. Punto y seguido. Caminaba por las aceras con los pies como dormidos, coma, recorridos por sangre aceitosa, punto y coma, denso el andar como un engrudo viscoso. No son claras, coma, nos indican siempre una respuesta, coma, va aprendiendo a utilizar las palabras. Punto y seguido. Costaba mucho más de lo normal moverlos. Punto y seguido. La melancolía era tan intensa que me mordía por dentro, coma, como un dolor de estómago. Punto y seguido. Cuando el niño pasa a transformar respecto a las declarativas. Punto y seguido. Una hoja de papel. Punto y seguido. Qué has hecho. Punto y seguido. La acera se ha hecho larga, coma, infinita. Punto y seguido. Voz pasiva que todavía no ha llegado a conformarse. Punto y seguido. Existe una saturación en el factor que puede llevar a empujarnos a proponer cambios en la teoría. Punto y seguido...

- Espere un momento que acabe lo último... e-n-l-a-t-e-o-r-í-a, punto. Ya está. Puede seguir cuando quiera.

He seguido dictándole. Eso de escribir mis borradores con un bolígrafo bic de cristal comprado en el kiosko de abajo y luego dictárselos a una mecanógrafa, nadie lo entiende (mi editor tampoco lo entiende). Yo, por el contrario, pienso que se trata de una verdadera innovación práctica: mientras dicto, me vienen a la mente contenidos y materiales que pueden resultar interesantes, y que incluyo mediantes anotaciones en el texto mecanografiado si así lo decido.

Los cigarrillos consumidos y aplastados (colillas) se acumulan dentro del cenicero de cerámica (no fuera) con forma de corona solar. La mesa camilla (el escritorio apolillado donde suelo redactar los borradores también) se encuentra abarrotada de folios escritos a mano (mis incontables borradores), libros (entre ellos, algunos diccionarios de la lengua española), polvo, ceniza. Aquí no se puede trabajar. Recuerdo aquello que leí y que escribió aquel presocrático:

"Se entiende por cuerpo físico aquella cierta cantidad de materia que ocupa una cierta cantidad de espacio. Se entiende por materia aquello de lo cual se componen los cuerpos físicos. Todo cuerpo físico ocupa un espacio (cantidad de espacio), así como n lugar en el espacio y en el tiempo. Se define objeto material como aquel cuerpo físico que es real y existe en un lugar del espacio y en un momento del tiempo, ocupando una cantidad de espacio. Se define movimiento como el cambio de un cuerpo físico de un lugar espacio-temporal a otro lugar espacio-temporal distinto después de realizar un acto dinámico".

¿Acto dinámico? ¿Es un acto dinámico andar con inquietud máxima de un lado a otro de la habitación? ¿Y por qué no deja en paz la máquina de escribir? Ese ruido compuesto por centerares de golpes diminutos e incesantes (hay que decir que se maneja muy bien con la Olivetti Lettera 32 que me regalaron mis padres en el bachillerato, hace ni se saben los años).

- Lo dejaremos por hoy.

- Cómo usted quiera.

- ¿Mañana podría venir más pronto?.

- ¿A qué hora?

- A eso de las ocho y media.

- No hay problema. Quedamos a las ocho y media.

La mecanógrafa se ha levantado de la silla dejando salir de su boca dos o tres (tal vez más) palabras murmuradas que no he entendido. Se ha ahuecado el pelo con ambas manos y se ha alisado la falda a cuadros azul marino. Ha mirado su reloj de pulsera con aires de impaciencia. Se ha puesto su abrigo gris marlengo (de botones de traje de payaso y ojales como vaginas excitadas) y me ha deseado unas buenas tardes, dichas (todo sea dicho) con la boca pequeña.

Me he quedado sin tabaco. ¿Llamo por teléfono al portero para que me suba un paquete de Marlboro?. Ahí está: un cigarrillo sin estrenar. ¿Y el encendedor?. Explora todos sus bolsillos. Primero los delanteros del pantalón, luego los traseros (los que tienen botones), luego el bolsillo de la camisa. No encuentro el puto encendedor. Me cago en Dios y en la Virgen Santísima.

(Volviendo a eso de las buenas tardes. ¿Qué es eso de decir buenas tardes? En primer lugar, es un convencionalismo que emplean las personas ansiosas por demostrar la educación acumulada con los años. Todos hemos dicho alguna vez buenas tardes, llevados por la costumbre social. En consecuencia, todos somos personas educadas. Todos los días lo decimos decenas de veces como si fuéramos máquinas parlantes educadísimas. En el fondo creo que no sabemos lo que decimos. De hecho, nada significa nada. Hoy es un día más. Veinticuatro horas llenas de nada, sin sobresaltos, sin roturas del tedio. Si exceptuamos, claro está, la pérdida del mechero).

Me pone enfermo perder las cosas. El cigarrillo da vueltas entre sus dedos como el bastón de una majorette. ¿Qué voy a fumar ahora?. Va a la cocina. Se acerca a los fogones de gas. ¿Con qué los enciendo si no tengo mechero (ni de esos con los que haces clic y surge un mini arco voltaico)? Gas tengo para masacrar un regimiento de la primera guerra mundial. Pero fuego, menos que una tribu del paleolítico alto. Busca y rebusca en los cajones de la cocina. Los objetos que se encuentran en ellos son movidos y removidos una y otra vez. Lo único que consigue son sonidos metálicos y más desesperación personal. Ni mecheros, ni cerillas, ni antorchas, ni hogueras, ni incendios, ni explosiones, ni erupciones volcánicas. Ni piedras de yesca para hacer chispas sobre un poco de pelusa de gato para prender esa pequeña llama que encendería mi cigarrillo Marlboro (tuve un gato llamado Freud, que quise mucho y que fue atropellados a la edad de cuatro años y medio por un Opel Corsa metalizado una tarde oscura de otoño, baja en cuanto a su puntuación barométrica. No tuvieron suerte aquel día, ni él ni la meteorología. Sin embargo, el mal nacido gato vizco de mi vecino todavía sigue vivo, sorteando opeles, renaules, seats y bmuves; ya que es capaz de realizar slaloms de circo por toda la calle. Y sin nieve y sin instructor de esquí. Y es más: sin esquíes, usando exlcusivamente sus putas pezuñas).

La finca verde, la que terminaron de construir a últimos del año pasado (en la que murió por accidente aquel albañil, que salió en los periódicos y todo, aplastado por un montacargas cargado hasta los topes de sacos de cemento cola), se sitúa en el fondo del paisaje, a unos quinientos metros del lugar en el que me encuentro (y parece más lejos, hay que ver). En alguno de los balcones hay ropa tendida. Se nota que es entre semana. En el interior de algunas viviendas, a través de los cristales de las ventanas, se ven las pantallas de los televisores encendidos. Desde la lejanía (sólo quinientos metros) parecen temblorosas pupilas electrónicas (garabatos negros y azules intercambiándose en el espacio). Entre mi edificio y el verde está el colegio público. Está formado por tres bloques de aulas de teja roja. Las ventanas que dan a la calle están enrejadas. En el centro se encuentra el patio pavimentado con cemento liso. Veo un niño botando una pelota de baloncesto. Ahora la lanza pero no logra introducirla en el aro.

- Estas líneas las dirijo a aquellas personas que contemplan la realidad de quitarse la vida como el único camino posible. Las personas que piensan en el suicidio, viven con la convicción de que no les queda otro recurso. El grado de desesperación puede ser tal que llega a contemplarse el suicidio como un escape válido a los problemas. Existen distintos niveles de ideación o planeación suicida. Existe un continuo, una línea que comienza en el momento que una persona piensa por primera vez en matarse, y que acaba en el momento en que esa misma persona decide llevar a la práctica dicho pensamiento; muy a menudo largamente gestado. ¿En qué punto del continuo me encuentro yo? La verdad: no puedo más. Pido perdón a todos si...

- Ya he escuchado bastante.

- ...molestias que puedo llegar a...

Uno de los inspectores de policía ha pulsado un botón y la voz se ha detenido. Acto seguido, ha extraído la cinta magnetofónica de la grabadora de bolsillo. La ha guardado en un sobre blanco y se la ha entregado al secretario del juzgado.

- Podemos irnos.

En el centro de la habitación, desde el enganche de la lámpara al techo, un cinturón estirado al máximo sujetando el cadáver de un hombre por el cuello. Entre los dedos agarrotados de su mano derecha por el frío final, un cigarrillo humea recién encendido. Es de la marca Marlboro.

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