Estábais antes un poco tediosas,
revoloteando buscando cosas brillantes
en el cerrado círculo obrado
para atrapar el estanque.
Luego habéis parado,
formando una línea de picos y patas aflautadas,
acabadas en tres dedos
cubiertos de escamas. Y los vehículos mirábais
dar vueltas a la cabeza de fallera gigante,
de color azul y dimensiones apabullantes.
Estáis ahora
serias y circunspectas, muy quietas,
reunidas sin hacer caso a vuestras pulsiones
de documentales. No tenéis hambre,
o eso se supone o se deduce o se infiere.
¿Qué hacéis tan alejadas del puerto,
y de los buques que de él salen y vienen?
No os equivoquéis, lectores:
saben muy bien lo que quieren.
Menudo espectáculo los coches y los camiones,
exhalando humos, calor y notas musicales,
girando veloces alrededor de una cabeza gigante
tratando de llegar a demasiadas partes.
Demasiada gente respira el mismo aire,
el que os rodea cuando voláis
aprovechando las corrientes. Demasiada gente
andando sobre sus pies
o circulando veloces sobre motores.
(Qué reflexiones a esta hora de tarde).
Vosotras no sabéis dudar,
o eso nos dicen los que saben.
Qué dichosa suerte ¡
Cuando queréis volar lo hacéis,
y cuando quereis parar no se lo decís a nadie:
simplemente, os detenéis en el dintel,
os sacáis pulgas de entre las plumas interiores,
y veis el ballet irremediable interpretado
por formas cuadras y colores industriales
dando vueltas a la cabeza gigante
inspirada en la Dama de Elche;
pues me dicen que no es una cabeza de fallera
ni nada que se le parece.
Haberlo dicho antes ¡
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