domingo, 6 de febrero de 2011

A PAUET

I

Tienes toda la alegría del mundo embotellada
en esos ojos que son planetas de carbón.
Haces extraordinarios todos mis días
con las volteretas de tu corazón.
Alumbras las habitaciones todas
con tu alma chica siempre encendida.
Bombilla de la esperanza la llamo,
donante de luz y calor
a quién estaba apagado y frío:
yo.

II

A andar, a andar,
que tu cuerpecito no es cuerpecito
sino densa fuerza de mineral.

Quien pueda contigo que pueda,
que a mí me pesas como un titán
a pesar de tu tamaño menudo
y tu aparente levedad.

Tus pies diminutos son el caos:
no saben nunca
donde van a hollar.
Parpadeo y sirven para gatear,
parpadeo y despegan del suelo
para arrancar a volar.
Porque vuelas, hijo mío,
a pesar de la gravedad.

A andar, a andar te pido,
que tu cuerpecito no es cuerpecito
sino kilogramos que acunar.

Con pasos apocados pero con pasos,
trotando vas cogido de mi mano
y me miras oscilante desde abajo,
regalándome la sonrisa perfecta
que nunca nadie me trajo.

A andar, a andar te demando,
que tu cuerpecito no es cuerpecito
sino surtidor de amor en el que repostar.

III

Impetu tectónico hay
en tus músculos en miniatura,
cargados con la energía incombustible
de no sé que alimento
que ingieres a escondidas.
Unicamente existe
el impulso hacia adelante,
siempre hacia adelante,
hacia los cajones,
hacia los botones,
hacia los salientes,
hacia las telarañas
y la naciones
que en la televisión salen.
Curiosidad en estado puro,
abrumadora manifestación viva
de la interrogación ante todo
lo que ves, oyes, hueles o estimas.

Juegas con los objetos más grandes
sin olvidar los más pequeños.
Escalas los muebles en un instante
y muerdes a tu madre
con esas diminutas perlas allanadas,
que pueblan tu boca recién descubierta.
Y con tu boca saboreas el suelo
y todo lo que en él se halla,
como si fuera un manjar mágico
dejado por alguna hada despistada.
¿De éso te nutres,
de alimentos fantásticos que no vemos,
traídos de aquel reino de aquel cuento
que todavía no has leído,
o eso creemos?

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