domingo, 13 de febrero de 2011

PASEANDO ESCRIBO VERSOS

I

Las torres almendradas
se alzan como gigantes cilíndricos,
recias y falsamente esbeltas,
hacia los estratos blancos vistos
colocados en el frontispicio.

Torres que apuntan proclamando
que el cielo azul diurno es el destino.
El nocturno todavía está de camino.

Torres que por la noche reposan inquietas
aguardando la nueva luz del astro ido.
No temáis: tendréis vuestras sombras
rotando como manecillas sobre el suelo,
diciéndonos las horas y los minutos
que faltan para el siguiente capítulo.

II

El castillo solitario, unigénito,
relampaguea en la tormenta seca.

El castillo, ruinoso por muchas partes,
se moja bajo la fingida lluvia y se queja.

El castillo de mampostería gris y parda,
parece caminar con decrepitud por su dominio.
Camina inválido hacia ninguna parte;
duda de repente, no sabe desandar lo recorrido.

Recuerda, desde la única elevación del llano,
mientras truena la cellisca sin remedio:
criaban sobre mi torreón las cigüeñas,
los caballeros y sus huestes
entraban por mis dos barbacanas,
degollaban presos en mis mazmorras,
y daba la comunión el capellán
antes y después de cada batalla.
Y en ninguna me dieron caza.

III

Miro ese árbol tronchado, corroído.
Veo esas ramas desaguadas,
esas raíces hace tiempo muertas
y no oigo su murmurar en mis oídos.

No siento su savia recorrer mi alma:
solo veo un árbol desmantelado.
Solo deseo volver a ser acariciado
bajo su copa renacida y elevada.

Solo deseo verle enderezado,
volver a tenerle como siempre ha sido.
Mas ahora triste y abandonado,
nunca las aves irán a él ha hacer sus nidos.

IV

La hiedra por las paredes esparcida,
las margaritas y amapolas alfombrando
la tierra húmeda y negra, enmohecida.

Ha llovido. Y mucho. Se ha hecho charcos
en la senda de los domingos. Con su barro,
sus riachuelos en miniatura y sus pantanos chicos.

La valla pequeña de estatura
recogiendo aquel jardín abarrotado y nutrido
de ortigas y malas hierbas. Sus dueños se han rendido
a la naturaleza y a sus prodigios.

Una pequeña fuente sobresaliendo
sobre del estanque redondo, medio derruido.
Nenúfares giratorios en movimiento
sobre el agua de espejo. Bucean dentro cucharetas,
y hay gorriones y jilgueros bebiendo.
El calor del mediodía los deja sedientos.
Yo bebería también con ellos
si no tuviera remilgos. Me quedo
con la garganta y los labios resecos:
qué fastidio.

Las abejas yendo y viniendo, de color en color,
de olor en olor, recolectando néctar, polen ... y pienso:
volverán derrotadas a su hogar de cera, sucinto,
colgado de cualquier precipicio. Mañana tocarán diana con sus alas,
y una escuadrilla zumbadora partirá con el alba
a triunfar ante miles de corolas y pistilos.

V

Te veo mar.
Te veo inmenso como eres. Tal como eres.
Te veo sin poder abarcar tu horizonte circular.
Tú me ves pequeño. Me ves sin esforzarte,
de pie en el arenal, con tus ojos extensos,
que no precisan de retina, ni de nervios
que conduzcan imágenes a ningún cerebro.

Tus olas espuma son, de sal batida por los elementos.
Recuerdos regurgito simultáneos a tus destellos
provocados por el sol, por sus reflejos,
siempre impostando la voz y quemando mi cuello.

Te veo mar y oigo a Dios suspirar por su creación.
En el principio, hubo agua y caos.
Luego con el dedo hubo construcción súbita
de tierra separada. Y hubo mar
para chocar contra las playas.

Contemplo el cielo abierto haciendo frontera, diáfano,
azulado en la bóveda, perdido el color más abajo.
Gaviotas recelan. Veo albatros. Veo grúas en cubierta.
Veo océano. Océano por todos los lados.

Te veo mar. Te veo grande,
te veo inmortal.
Te veo mar desprovisto
de corazón en el pecho.
Que se lo digan a los marineros.

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